15/8/08

Público en huelga

Siempre he tenido fantasías. Desde que tengo memoria, me hacía globos por horas y horas. Creo que no soy muy especial por eso, todos las tenemos. Las mías no son tan diferentes e increíbles como para estimular significativamente alguna habilidad creativa (por lo que no es un ejercicio rentable, más bien lo contrario). Digamos que las mías son normalitas, limitadas a un imaginario colectivo bastante pobre en principio, pues los libros me llegaron tarde, la televisión me llegó tarde, el cine me llegó tarde, la música me llegó tarde. Afortunadamente me llegaron, pero perdí tiempo valioso para incluir en mi background imágenes que fueran más interesantes que las de Quieta Margarita, Kaliman, La ley contra el hampa o Calamar.

Como una niña cualquiera fantaseaba con mi vida romántica, con mi vida profesional y la económica, no necesariamente en ese orden. Ah si, una que otra vez con cosas de la vida nacional, como que la selección le ganaba a Camerún en el mundial de Alemania, o que Pizarro ganaba las elecciones presidenciales, o que Pablo Escobar pagaba la deuda externa… si, cosas así, pero esa era la parte de lo poco normal que era.
Todavía estoy intentando entender con mi psicóloga por qué en mi infancia siempre soñé con ser una súper ejecutiva, exitosa, independiente, aplastadora, fría, calculadora, increíblemente sexy, dominante, con corazón de hierro, que vive sola en un gran apartamento con servidumbre, y maneja un BMW a toda velocidad. No sé de dónde saqué esa idea de éxito y felicidad, pero recuerdo a esa mujer de varios episodios.

Las románticas tenían el elemento dramático de telenovela. Cuando me imaginaba un romance siempre había obstáculos que superar, las familias, las otras mujeres (creo que nunca me imaginé que se pelearan por mi), amigas enamoradas, viajes, carrera profesional de por medio, etc. Eso sí, al tener obstáculos estaban llenas de grandes gestos y grandes finales: sorpresas especiales, serenatas, regalos, escritos, escenas ante un público numeroso, etc.

Cuando empecé a vivenciar la escasez del poder adquisitivo me imaginé ganando la lotería. Nada más recurrente. Hice planes, y en la medida que el tiempo pasaba, éstos fueron cambiando de acuerdo a cómo se transformaban mis gustos, o simplemente conocía mejores formas de disfrutarlo. Pero siempre eran fantasías felices.

Por eso nunca me parecieron una pérdida de tiempo. Es cierto, no son suficiente para hacerme escritora, compositora o directora de cine, pero si son suficiente entretenimiento, además gratuito. No necesito tomarme nada, fumar nada, ir a ningún sitio, pagar ninguna boleta para pasarme satisfactoriamente horas enteras con imágenes o una voz narradora en mi cabeza contando historias felices, a partir de pequeñas buenas vivencias.

Pero hoy me declaro público en huelga. No quiero fantasear más. Hago lo posible para no dejar a la cabeza hablar, ni pasar imágenes. ¿Por qué? Porque los globos dejaron de ser felices, se contagiaron demasiado de realidad, de la desesperanza que genera no ganarse la lotería, tener una vida absolutamente ordinaria y no encontrar “ni un solo corazón que valga la pena”.

Así que ahora ya no escucho más mis globos, por lo menos no hasta que dejen de estar famélicos de buenas vivencias para contar historias felices. Temporalmente me concentro en las de otros, en los que por suerte, tienen el talento de saberlas contar, a ver si por emulación las mías empiezan una nueva temporada.

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