13/9/12
¿Nuevo destino?
Varios antecedentes, coincidencia o no, son mi tren de pensamiento:
- Lost in translation
- Haruki Murakami
- Tiendas de papeles y artistas del papel concentrados en Tokio
- El reconocimiento de algún entendido como la élite de Asia
- Algún coreógrafo del que no recuerdo el nombre, pero que su obra me encantó
Pero sobre todo, porque leyendo Estupor y temblores de Amélie Nothomb, tuve una tremenda sensación de familiaridad que me dio un poco de miedo, pero a la vez mucha curiosidad.
La descripción de la mujer nipona en el libro tiene un dejo, en el fondo, a mi cultura. Digo a la mía, personal, de esa que me he ido despojando con los años.
La curiosidad, me pasa porque me suena a reto. Parece muy difícil entender y camuflarse en la cultura japonesa, y por alguna razón, me gustaría intentarlo.
¿Cómo se emprende un camino a un sitio -desde todo punto de vista- tan lejano?
6/5/12
El cine y los viejos
Ya en Bogotá, desde muy joven, fui experta en ir a sitios llenos de ancianos, los cines de avenida Chile, justo después de la universidad, en las funciones de 1:30 eran el lugar más frecuente; luego los del centro, el Ópera, el Radio City en cualquier función antes de las 5 de la tarde (una de las glorias del desempleo) y ahí estaban los viejos: con sus cabezas grises y anteojos gruesos, con sus lentos andares y ese olor en el aire entre naftalina y pachuli, con sus carteras bien agarradas y sus gruesos sacos de lana.
También aquí me las arreglé para encontrarlos, temprano en el cine, en alguna función de algún museo en la tarde o en la Sala Lugones, o en los martes de jazz en el San Martín, estos últimos incluso eran divertidos, recuerdo una pareja en traje de luces, bailando al ritmo de una Big Band hasta casi desbaratarse.
No importaba que nueva actividad emprendía, qué charla iba a escuchar, o qué película decidía ver, ahí me los encontraba, era como si me persiguieran de hecho, y la idea de tener gustos en común, no era la más halagadora.
Sin embargo, dejé de explorar un poco esas nuevas actividades, o finalmente encontré algunas que demandan mayor juventud, y con la ayuda de la páginas como Fanático y Cuevana y de tener un Cinemark a cuadras de mi casa, me alejé momentáneamente de las multitudes sexagenarias. Pero hoy volví por una función al cine Lorca. Me recordó mis días de universitaria, la sala incluso tiene un balcón como en los cines de avenida Chile, y allí estaban mis acompañantes de tanto tiempo, los vejestorios (con todo respeto a mis señores padres), pero aunque eran los viejos, no son los mismos de antes, las viejas se ponen de cuchibarbies (en Colombia cucha no es la cama escondida en alguna parte, sino una persona vieja), con pantalones de cuero, camisas hindúes y carteras de gamuza de colores brillantes, con los pelos naranjas, rosáceos y muy crespos, con calzas estampadas (horror! tienen idea de cómo se ve eso a los sesenta y pico?), con taches en los accesorios, aretes enormes como de palenquera, y con Blackberrys que no logran leer, mucho menos poner en silencio.
Dos cosas: con una amiga siempre que veíamos la pareja de viejas escogíamos la más loca para ser ellas cuando la hora nos llegue. Margarita: ya no hay de donde escoger!
Por otra parte, sí se visten distinto, se resisten al paso de la edad, o el paso de la edad no significa pachuli y naftalina sino Kenzo y comprar en los mismos sitios que las adolescentes. No obstante, hay cosas que no cambian: sus conversaciones. Siguen siendo las mismas sobre dolencias, medicinas, el clima, la familia, los nietos, lo terribles que son los jóvenes de hoy -incluso cuando intentan imitarlos- la farándula criolla y el gobierno.
9/4/12
En busca de una enfermedad mental
Supongo que está bien la diversificación de los roles como reflejo de la realidad, no obstante, también he notado que para que las policías, agentes del FBI, asesinas, y demás sean buenas tienen que estar locas. Pero no como en el caso masculino que simplemente son rebeldes en contra de las reglas o tienen temperamento fuerte, características admirables en cada caso, sino clinicamente locas: bipolares, ciclotímicas, desadaptadas sociales o salidas de un manicomio, sino piensen en Nikita, Homeland, The Killing, Kill Bill y la lista sigue.
Al parecer, la única manera de que las mujeres nos concentremos en una sola tarea y seamos excepcionalmente buenas en ella es gracias a alguna condición mental. Qué idea peligrosa, porque la mayoría ya estamos bastante locas, y no necesariamente chéveres, ahora, ¿cuántas justificarán su locura alegando genialidad?
6/4/12
Fetiche musical
1/4/12
La carpeta del bar
Así mismo es ese bar, mi bar, es como que está saturado, y como me gusta mucho, insisto, pero el gancho no aguanta una hoja más. Lo lógico sería sacar de las de abajo, de las más viejas, ¿no? Pero resulta que les tengo tanto cariño: son de la mejor colección, de papel especial, de colores y entramado, de ese que envejece divinamente. Supongo que como todo no se puede tener, tengo que resignarme y aferrarme a los recuerdos y buscar abrir un nuevo folder.
15/3/12
Cuestión de género
A eso de las 5 de la tarde, empiezan a despertar cuatro gringos muy jóvenes de una siesta resaquera, sin nada ni nadie para ver en la plaza, sin nada para hacer, uno se levanta y consigue una piedra, no muy grande, pero suficiente para jugar a la pelota.
7/3/12
¿Y si me mudo?
Las mudanzas casi siempre son una pesadilla, y que no se me entienda mal, me encanta mi casa, mi barrio, pero a veces, dan ganas de un poquito de cambio.
Tener que buscar el supermercado chino más cercano, y el que está abierto hasta más tarde; encontrar el carnicero de confianza, por más que se lo visite una vez cada trimestre; la verdulería que tiene plátanos y maracuyás para cuando me dan antojos; el bar donde hay wifi, los meseros son de los de antes y el café todavía se sirve en taza; la pizzería que zafa entre semana y el delivery bueno para cuando hay visitas; la bodega de vinos; el hipermercado; el señor de los quesos, los huevos y los pollos; la veterinaria; el video club (sí, todavía disfruto de alquilar películas casi casi, lo mismo que bajarlas de Cuevana); la panadería de las buenas medialunas; la placita para tomar sol; y así…
Casi todos odian las rutinas, en cambio a mí me encanta construirlas. Por eso la llegada a un nuevo sitio: para vivir, para trabajar, tiene eso de encantador, el descubrir poco a poco los que serán los de confianza, los habitué que dan esa sensación de conocedor y de pertenencia.
Vivir en San Telmo es descubrir un poco el barrio cada día, la promesa de público extranjero hace que cada semana haya un nuevo negocio, pero también un nuevo local en alquiler de quienes se fueron con las manos vacías, así que siempre hay un nuevo restaurante, una tienda que conocer, un café por explorar; aún así, mis ganas de buscar sitios de los que volverme habitual, está insatisfecha.
Pd. Hace mucho no escribía aquí, creo que es buen momento para volver, incluso cuando la era de los blogs casi llega a su fin.