6/5/12

El cine y los viejos

Nada como un cine viejo del centro para ver cómo han cambiado los tiempos.
Ya en Bogotá, desde muy joven, fui experta en ir a sitios llenos de ancianos, los cines de avenida Chile, justo después de la universidad, en las funciones de 1:30 eran el lugar más frecuente; luego los del centro, el Ópera, el Radio City en cualquier función antes de las 5 de la tarde (una de las glorias del desempleo) y ahí estaban los viejos: con sus cabezas grises y anteojos gruesos, con sus lentos andares y ese olor en el aire entre naftalina y pachuli, con sus carteras bien agarradas y sus gruesos sacos de lana.
También aquí me las arreglé para encontrarlos, temprano en el cine, en alguna función de algún museo en la tarde o en la Sala Lugones, o en los martes de jazz en el San Martín, estos últimos incluso eran divertidos, recuerdo una pareja en traje de luces, bailando al ritmo de una Big Band hasta casi desbaratarse.
No importaba que nueva actividad emprendía, qué charla iba a escuchar, o qué película decidía ver, ahí me los encontraba, era como si me persiguieran de hecho, y la idea de tener gustos en común, no era la más halagadora. 
Sin embargo, dejé de explorar un poco esas nuevas actividades, o finalmente encontré algunas que demandan mayor juventud, y con la ayuda de la páginas como Fanático y Cuevana y de tener un Cinemark a cuadras de mi casa, me alejé momentáneamente de las multitudes sexagenarias. Pero hoy volví por una función al cine Lorca. Me recordó mis días de universitaria, la sala incluso tiene un balcón como en los cines de avenida Chile, y allí estaban mis acompañantes de tanto tiempo, los vejestorios (con todo respeto a mis señores padres), pero aunque eran los viejos, no son los mismos de antes, las viejas se ponen de cuchibarbies (en Colombia cucha no es la cama escondida en alguna parte, sino una persona vieja), con pantalones de cuero, camisas hindúes y carteras de gamuza de colores brillantes, con los pelos naranjas, rosáceos y muy crespos, con calzas estampadas (horror! tienen idea de cómo se ve eso a los sesenta y pico?), con taches en los accesorios, aretes enormes como de palenquera, y con Blackberrys que no logran leer, mucho menos poner en silencio. 
Dos cosas: con una amiga siempre que veíamos la pareja de viejas escogíamos la más loca para ser ellas cuando la hora nos llegue. Margarita: ya no hay de donde escoger!
Por otra parte, sí se visten distinto, se resisten al paso de la edad, o el paso de la edad no significa pachuli y naftalina sino Kenzo y comprar en los mismos sitios que las adolescentes. No obstante, hay cosas que no cambian: sus conversaciones. Siguen siendo las mismas sobre dolencias, medicinas, el clima, la familia, los nietos, lo terribles que son los jóvenes de hoy -incluso cuando intentan imitarlos- la farándula criolla y el gobierno.