15/3/12

Cuestión de género


El escenario: Plaza San Martín en domingo (una de las pocas plazas que no tiene ninguna distracción: no hay gente que hace Capoeira, ni que intenta caminar por la cuerda floja, ni telistas, trapecistas o acróbatas de ningún tipo, tampoco nadie intentando hacer malabares, y mucho menos falsos Sabina, Calamaro o Silvio Rodríguez cantando).

A eso de las 5 de la tarde, empiezan a despertar cuatro gringos muy jóvenes de una siesta resaquera, sin nada ni nadie para ver en la plaza, sin nada para hacer, uno se levanta y consigue una piedra, no muy grande, pero suficiente para jugar a la pelota.

Se incorporan y organizan rápidamente un juego de béisbol, utilizando una ojota como bate. Creativos, pienso, pero supongo que las características toscas de sus elementos no les darán para mucho tiempo de juego.

Me equivoco, pasan por lo menos dos horas, y han hecho un par de juegos de béisbol, uno de fútbol americano, y otro más que desconozco de agilidad para agarrar la “pelota”; sólo interrumpidos momentáneamente por un perro que se creyó parte del juego y les robó la piedra por un pequeño lapso, ensombreciendo considerablemente su expresión. Cuando la dueña del animal se la recuperó, su alegría fue genuina, como si se tratara de niños a los que les devuelven su juguete favorito.

Estoy segura que de haber otro grupo de hombres cerca, se hubieran unido al juego, porque esta clase de actividades son absolutamente democráticas entre ellos, al igual que ver un partido en algún bar, o hinchar en una cancha; los deportes los hacen amigos instantáneos (si también enemigos a muerte, pero eso es otra historia). No pude dejar de preguntarme, ¿qué tema es tan democrático entre las mujeres?: ¿hombres?, ¿zapatos y carteras?, ¿dietas?, ¿dolores menstruales?, ¡todo suena tan horrible! ¿Será mi misoginia la que no encuentra un tema en común, o es que realmente las mujeres somos mucho más complejas que una piedra y una ojota? Si es así, a veces, no me importaría ser hombre. 

7/3/12

¿Y si me mudo?

Las mudanzas casi siempre son una pesadilla, y que no se me entienda mal, me encanta mi casa, mi barrio, pero a veces, dan ganas de un poquito de cambio.

Tener que buscar el supermercado chino más cercano, y el que está abierto hasta más tarde; encontrar el carnicero de confianza, por más que se lo visite una vez cada trimestre; la verdulería que tiene plátanos y maracuyás para cuando me dan antojos; el bar donde hay wifi, los meseros son de los de antes y el café todavía se sirve en taza; la pizzería que zafa entre semana y el delivery bueno para cuando hay visitas; la bodega de vinos; el hipermercado; el señor de los quesos, los huevos y los pollos; la veterinaria; el video club (sí, todavía disfruto de alquilar películas casi casi, lo mismo que bajarlas de Cuevana); la panadería de las buenas medialunas; la placita para tomar sol; y así…

Casi todos odian las rutinas, en cambio a mí me encanta construirlas. Por eso la llegada a un nuevo sitio: para vivir, para trabajar, tiene eso de encantador, el descubrir poco a poco los que serán los de confianza, los habitué que dan esa sensación de conocedor y de pertenencia.

Vivir en San Telmo es descubrir un poco el barrio cada día, la promesa de público extranjero hace que cada semana haya un nuevo negocio, pero también un nuevo local en alquiler de quienes se fueron con las manos vacías, así que siempre hay un nuevo restaurante, una tienda que conocer, un café por explorar; aún así, mis ganas de buscar sitios de los que volverme habitual, está insatisfecha.

Pd. Hace mucho no escribía aquí, creo que es buen momento para volver, incluso cuando la era de los blogs casi llega a su fin.