15/10/10

Sin documentos

Qué caminos tiene alguien que va a consultar por los requisitos para solicitar una visa de turismo y luego de tres preguntas (qué hace, cuánto gana y tiene propiedades) le dicen que se busque otro destino para sus vacaciones? Se une a organizaciones mamertas que procuran por un mundo de libre tránsito o sin fronteras? Se consigue un marido con alguna nacionalidad medianamente decente? Se resigna a ser paria del primer mundo y a encontrarle maravillas a los pocos países que puede visitar con libertad (en su mayoría bien tercermundistas)? Empieza a comprar la lotería?

12/7/10

Algunas cosas sueltas en el tintero

- ¿Por qué en el colegio nunca me explicaron que si uno pierde la química, ya perdió el año?
- Hay que resignarnos a ser binarios en las relaciones, a que no siempre se pueden tener fuegos artificiales. Pero también hay que valorar las menospreciadas relaciones b (estables, tranquilas, seguras) pues son sanadoras y especialmente pedagógicas, si uno quiere. Es tiempo de recuperación para volver a salir como "Ricaurte en San Mateo, en átomos volando" de una intensa y poderosa relación a. Las dos, como los hombres, son males necesarios.
- Y después del feminismo, del postfeminismo, de las mujeres empoderadas y todas esas pavadas, todavía "el apodo de señora te lo da un macho".

10/5/10

A colorear fuera de la raya

Desde hace algún tiempo mi discurso tiene repetidas veces el concepto de sanidad. La cabeza y las relaciones deberían ser sanas. Pero quién decide qué es sano? Y luego me puse a pensar, no sólo no hay un estándar al respecto, sino que si miro a mi alrededor, conozco a alguien sano? alguna relación que lo sea? La respuesta es no, nadie ni ninguna, sinembargo, si conozco gente como la que me gustaría ser al igual que relaciones en las que me gustaría estar.

Este concepto de que todo debe ser tan antiséptico, tan limpio, tan prolijo, no tiene nada que ver conmigo. Tiempo me ha llevado en darme cuenta. Lo acepté desde el punto de vista motriz, nunca logré colorear dentro de las líneas, cortar y coser derecho o pintarme las uñas sin pasar mucho tiempo corrigiendo los enchastres con el palito y el removedor. Declararme torpe no ha resultado ser un problema, por lo que no entiendo, por qué cuando de relaciones se trata, espero perfección, prolijidad, exactitud (la persona indicada, el momento correcto, las palabras adecuadas, el beso perfecto, el mail pertinente)?

Tengo una sospecha: porque se me metió en la cabeza (todavía no sé cómo) que es lo que esperan de mí también. He pasado mucho tiempo queriendo ser perfecta, redactando cinco veces los mails, tapando con maquillaje los granitos, probándome tres veces el ropero y creo que hasta he desarrollado abdominales de sólo meter la panza en todo momento en el que pueda estar siendo mirada. Me he matado la cabeza procurando esconder mis defectos, mis errores, mis debilidades, mostrando lo mejor de mí como si se tratara de una competencia, de una presentación ante un juez infalible cada vez. Ya sé que la mayoría de la gente busca mostrar su mejor yo cuando conoce a alguien, pero lo mío, créanme, va más allá de estrenar ropa en cada primera cita (no por pudiente, sino por acomplejada u osciosa que diría una amiga mía), se ha convertido en una obsesión de tiempo completo que estoy dispuesta a abandonar.

Sí, buenas noches, mi nombre es Ms Cellophane y soy adicta a las calificaciones. Sí, como ese capítulo de Los Simpsons en el que no hay escuela y Lisa le dice desesperada a Marge: "califícame, evalúame, uff, sólo dos sinónimos, estoy perdiendo mi perspicacia!" Así, igualito.

15/4/10

I'm only happy when it rains

Es verdad, mi estación favorita es el otoño. Casualmente (y quizás no tanto) desde que vivo en un país de estaciones cosas buenas me han pasado en otoño, he empezado trabajos, amores, amistades, al punto que asocio el viento y la caída de las hojas con una sensación de bienestar, casi de felicidad en mi vida.
Por estos días en Buenos Aires llueve, desde que me levanto el cielo está cubierto y es esa llovizna molesta y sin carácter que funciona a las órdenes de Murphy (para cuando estás dentro y empieza cuando tienes que salir).

Es cierto, no tengo ganas de dejar mi cama, tampoco el gato que siempre está pronto a pedir mimos desde bien temprano, pero no hoy, no con el día gris, entonces solamente se refugia en alguna curva que haga mi cuerpo por encima de las cobijas para ponerse calientico y prodigarme la misma gracia a mí.


Sin embargo, así y todo me obligo a salir a la calle, a mojarme un poco porque odio las sombrillas o los pilotos (bueno lo segundo no es cierto, sólo que no tengo uno), a que me salpique uno que otro bus, a pisar las baldosas flojas que tiran agua a lugares inesperados (especialmente cuando tienes falda), a trabajar porque tengo que.


Pero mientras camino por la calle no me enojo, o bueno sí, un poquito con las señoras que me mojan con sus sombrillas y además me quieren sacar de debajo de los techitos, pero nomás, por el contrario el paisaje gris se me hace familiar, me siento en casa (es un clima bogotano sin duda),me reconforta tener que usar botas y bufandas, me siento yo de nuevo… I’m not singing in the rain, pero casi.

1/3/10

Por qué los llaman sanduches?

Uno de mis mayores placeres es no sólo la comida sino también comer con la mano. Creo que de hecho esa es una de las razones por las que disfruto tanto los carritos de comida callejeros, los puestos de shawarma, la pizza por porción de barrio (en Bogotá) y el pollo asado a domicilio (también en Btá).

Por eso me pregunto, ¿por qué aquí en Buenos Aires los mejores sanduches son imposibles de comer con la mano? Te sirven esas delicias enormes entre dos panes (que también son muy ricos) con un toque muy gourmet, con alguna ensalada, o algún detallito de decoración medio chic, pero que cuando intentas tomar una parte con las manos, se desarma, haces un enchastre y terminas frustrado, porque con cubiertos igual la cosa no mejora demasiado.

Hay dos opciones, o los pides al plato (cuando la opción existe) o sea pides un plato del tamaño de una entrada, o te arriesgas a intentarlo con las manos a sabiendas de que serás la atracción del lugar por lo poco decente y ni qué decir femenino del proceso.

24/2/10

Y, no todo se puede tener

Después del calor agobiante, de las intensas lluvias (del tipo inundación), finalmente sale el sol a una temperatura decente y la brisa sopla adecuadamente. Ese es el perfecto escenario para salir a caminar, ver los perros de otros (a falta del propio) correr por la calle, ir por comida basura, entrar a una librería y encontrarse de frente con ese libro que andabas buscando. Qué más se puede pedir? Ah sí, que esa sea mi vida, no sólo mi hora del almuerzo.

11/1/10

Agua pasó por aquí y Carnaval que no te vi

Cuando recibo visitas suelo armar agendas maratónicas para que mis invitados aprovechen al máximo su estadía en estas tierras. Según me dijeron, soy buena anfitriona, pero yo creo que soy un poco intensa y los agoto, los devuelvo con demasiadas horas de exposición al sol y los pies cansados de extensas caminatas en las que ven los que considero los hits porteños.

Adicionalmente, busco alguna escapada cercana para completar la experiencia. Con mi mamá de visita, se me ocurrió que podríamos ir al Carnaval de Gualeguaychu. Después de todo, fiestas populares que incluyan música, baile y trajes de luces siempre nos llamaron la atención.

Luego de unas cuantas vueltas por las autopistas para salir de la ciudad y 220 kilómetros de ruta plana, recta, y muchas advertencias de posibles multas por un exceso de velocidad al que la misma carretera invita, llegamos a un pueblo fantasma que sólo cobraba vida en las cercanías a la costanera.

La patty y el sanduche de lomito más caros de mi vida por medio y finalmente aterrizamos en un pradito al pie del río, para pasar la tarde, viendo cómo atletas y no tanto luchaban con el río a nado o en kayak. De fondo, en las playitas cercanas se escuchaban los equipos de sonido con un señor al que muy malos amigos le dijeron que podía ser cantante de reggae y en competencia algún cd de Los fabulosos cadillacs, por suerte, en la más cercana de las dos.

Con el atardecer llegó la tormenta, que inundó rápidamente las calles y nuestras esperanzas de ver el Carnaval. Estábamos resignadas a perder las boletas (una importante suma porque la fiesta del país de popular no tiene nada) porque había avisos que anunciaban que no había devoluciones en caso de suspensión por lluvia, pues el espectáculo sería el domingo.

Una camarera que no paraba de hablar nos alentó para que reclamáramos la plata que mi mamá y yo, como buenas colombianas sumisas, dábamos por perdida. Entonces arribamos a la taquilla para obtener la parte del tour que no había podido programarle, un verdadero piquete argentino.

Bajo la lluvia y sin tambores la gente se agolpó a reclamar la devolución, rumores iban y venían, que había que ir a otro lado, que nos estaban mareando, que iban a devolver sólo la mitad, y el tono empezó a subir, que nos están viendo la cara, que hijos de puta devuelvan la guita, que aparte nos estamos mojando, que devuelvanlaaaa, devuelvanlaaa, hijos de puta hijos de puta devuelvanlaaa, eso sí, todo en tonito de cancha

En la fila me llamó la atención ver tantos chicos (hombrecitos, y proyectos de hombrecitos también), jóvenes en la fila. Pensé por un momento: qué entusiastas, qué bueno que el carnaval atraiga este público también. Luego, escuché los comentarios entre ellos: los iban a cargar porque en vez de ver minas buenas se les iban a robar la plata. Ahí me cayó la ficha, supongo que la “cultura” necesita de empujones de plumas y concheros para atraer las masas.

Luego de pelear con la logística del nylon y las sombrillas, de los empujones y los colados, finalmente, después de no mucho, por suerte, tuve mi devolución completa y ahí retomé el rumbo a capital.

Me doy por bien servida, después de todo, manejé 200 kilómetros para pasar la tarde junto al río, pues de los corsos sólo vi los tocados usados que vendían en la calle, y por lo menos no me devolví desplumada.