13/5/09

Cambiando de óptica

A falta de tiaras y juego de princesas en la infancia (entre otros), de grande cada vez que me dijeron que les gustaba o que me querían resulté preguntado ¿por qué?
Es así, la mayoría del tiempo tengo más fé en los demás que en mi misma.
Habiendo identificado el problema como una cosa grave, decidí tomar cartas en el asunto, y con un poquito de determinación un día me metí en un vestidito y zapatos de tacón, me maquillé más de lo normal, y cuando se me acercaron no me pregunté por qué, sino por qué no?.
Cuando por una vez estás firme en tus zapatos (aunque admito haber perdido práctica en los tacones, mis rodillas dan cuenta) dejas de mirarte el ombligo preguntando qué anda mal contigo y empiezas realmente a ver a los otros.
Digamos que me pasé de rosca, como en la prueba del oftalmólogo, me calcé un aumento mayor del necesario, pero esa nitidez que a uno le es ajena en la vida diaria, es una ilusión que vale la pena probar.

Resultado de la operación: empecé a ver las grietas en los otros y pasaron tres cosas:
1. Me di cuenta cómo me veía yo antes y entendí por qué nada funcionaba. (al menos uno de los aspectos)
2. Humanicé un poco a esos semidioses creados por mi cabeza insegura. Vi cómo se caían a pedazos los egos y la confianza de los más cancheros, de los más seguros, sólo con mirarlos un poquito más.
3. Me di cuenta que tenía que moderar, volver a un aumento inferior. Ya lo decía una amiga, todo es cuestión de balance.
Ni mucho que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre. Me bajé de los tacones y estoy probando con los planos, a ver si me cambia la perspectiva.

7/5/09

Porqué prefiero a los hombres (incluso para trabajar)

A pesar de que cada día trabajo con más mujeres sin conflictos, siempre queda un rastro de mi misoginia que disfruta episodios como estos:
Conflicto laboral: Otros (con autoridad) aprobaron algo que Ella no vio. Ella quiere que todo pase por sus manos, y cuando no es así, implica negligencia y animosidad de mi parte.
Ella: no termina de saber qué hago, y a pesar de no ser exactamente mi jefe, me da instrucciones que van desde labores secretariales, hasta editoriales, pasando por las administrativas, de corrección, de diseño, y lo que se le ocurra. Ah, se me olvidaba: nunca escucha, pretende saberlo todo (no tengo que decir que no tiene idea de la mitad) y tiene un insoportable tono de voz. Se le abona, tiene buenas intenciones (pero de eso está lleno el mundo!).
Él: Es el que tiene el título de jefe. Poco constante, conciliador y práctico. No sabe mucho de lo que hago, pero respeta mi opinión y la consulta. Tiene buena onda (que conste, si bien es hombre, no me gusta, sólo me cae bien).

8:00am.
Él y yo: Yo muestro mis preocupaciones por la falta de claridad en los procedimientos y autorizaciones. Él dice que lo aclaremos, que dejemos de lado las diferencias de personalidad (intentando sacar las particularidades de Ella del conflicto). Trabajamos en un nuevo cronograma, solicitud de dejar la angustia a un lado, aparición de otro personaje simpático y chistes mediante, se pasa la tensión.

9:30am.
Ella aparece, con el fruto de la discordia en sus manos (el material aprobado). Cuando nota que no hay tensión y continuamos en el trabajo, lo pone sobre la mesa como si fuera su gran trofeo, con su garganta lista para dar chillidos en busca de atención, lágrimas y de ser posible, sangre.
Él le hace caso omiso. Cuando Ella lo increpa discuten, pero Él decide seguir adelante, diciéndole que luego le informará, acallando todas sus animosidades y dejándola vestida y alborotada.Ella intenta poner su informe en mi cara a ver si yo le sigo la pelea, pero por supuesto yo sólo miro de reojo, como en las comiquitas chinas, y mentalmente me lamo los bigotes.