18/11/08

Problemas de método

Probablemente muchos ya habían llegado a esta conclusión, pero por alguna razón, para mí hoy es una epifanía. Siempre me pregunté por qué atraía a las personas equivocadas, y con las que me gustaban todo terminaba en la casilla de He’s just not that into me.

Fácil, cuando alguien no me gusta tiendo a subestimarlo, y entonces al verlo disminuido ante mí, actúo con mi mayor seguridad y naturaleza. Así supongo que soy un poco detestable para quienes me conocen, pero para el público en cuestión soy encantadora, confiada, y eso acrecienta el atractivo.

En cambio, cuando alguien me interesa, en primer lugar lo sobrestimo, amplifico sus talentos o cualidades y lo pongo en un pedestal. Acto seguido, me pongo yo unos cuantos escalones abajo, creyéndome no merecedora de tal icono (el que yo misma he creado), y muestro mi inseguridad por todos los poros.

Consecuencia lógica, me veo torpe, dubitativa, ignorante, necesitada y ansiosa (nunca en el modo encantador), la audiencia del momento termina llevándose una imagen equivocada de quién soy, porque yo en vez de hacerme buen mercadeo, caigo en el marketing casi lastimero (como me odio en ese momento).

La realidad no viene en gotas, así que me ha tomado un tiempo y estrellones bajar del pedestal a unos cuantos descrestacriollos ante los que sucumbí en algún momento.

El problema es que no siempre tengo la
perspectiva que da el tiempo para cambiar al lente adecuado y bajar los niveles de torpeza; y aunque trabajo en la técnica (requiere de arduo entrenamiento) tengo que apelar un poco a la suerte, por un lado, para no seguir de avivagiles (el último porteñismo del que me apropié) endiosando a simples mortales, y por otro, para que si encuentro a mortales que me gusten, sean capaces de ver a través de la torpeza (que está en proceso largo de reparación).

4/11/08

La espera desespera

En días de poca paciencia y esperanza pienso que la vida es como una gran sala de espera. El problema es que todavía no tienen tablero electrónico con los numeritos, el sistema es algo desordenado y quienes atienden usan criterios desconocidos.

Cuando a uno le toca su turno, si está preparado, se lleva su trámite listo, todo en orden. Es como si uno esperara el turno para que le dijeran qué va a ser de su vida, si va a ser feliz, mediocre o miserable. Es como si se llevara un destino debajo del brazo.

Admito que en la espera suceden cosas inesperadas, de pronto gozas de la buena compañía de un libro, o de una banda sonora que te permite hacer unos cuantos globos, o a veces los transeúntes te divierten con sus actitudes. Otras veces te desesperas, ves cómo los empleados son más ineptos, la gente es torpe al hacer sus trámites, y tu turno no parece llegar nunca.

Es en esos días (hoy, uno de esos), es en los que quiero que ya pongan el tablero y el sistema de numeritos, así sé si me toca el turno a los 40, los 50 o a los 60, o nunca, y me decido de una vez a esperar conforme, o salgo y me voy.