28/4/13

Con las rodillas raspadas

Salir de una relación es como rasparse las rodillas. Al principio sólo hay susto, cuando estás en el piso, no entiendes muy bien qué haces ahí, simplemente te apuras para levantarte y hacer de cuenta que nada ha pasado, porque juras que nadie lo vio y que si caminas desprevenida, es como si no hubiera acontecido.

El tema es cuando empieza el dolor y recién has salido del shock. Te miras la rodilla y de pronto ves sangre, ahí empiezas a entender la gravedad del asunto. Entonces hay que quitarse la tierra de encima, despegarse la ropa o las piedritas que se incrustan y luego limpiar la herida. Viene el alcohol y el algodón, que sabes que va a ser peor, pero que es necesario para que no se infecte y cure correctamente. 

Uno sabe que no es grave, que un raspón no sirve de excusa para no trabajar o dejar de hacer tus actividades diarias, sinembargo, es molesto, pues está presente todo el tiempo: cuando te paras, duele; cuando te sientas, duele; en la ducha, arde; cuando te vistes, debes hacerlo despacio de lo contrario, duele mucho; cuando caminas, molesta; cuando duermes, si es que puedes, incomoda. 

Con el tiempo, las molestias, el recuerdo y el dolor quedan atrás, dando paso a la cicatriz, ese recordatorio, esa advertencia, de que, a pesar de ser ya grande, de que llevas caminando toda tu vida, y por la misma cuadra los últimos cinco años, conociendo cada pozo, cada baldosa floja, cada hendidura, igual, te puedes volver a tropezar y terminar de bruces en el piso.