El tema es cuando empieza el dolor y recién has salido del shock. Te miras la rodilla y de pronto ves sangre, ahí empiezas a entender la gravedad del asunto. Entonces hay que quitarse la tierra de encima, despegarse la ropa o las piedritas que se incrustan y luego limpiar la herida. Viene el alcohol y el algodón, que sabes que va a ser peor, pero que es necesario para que no se infecte y cure correctamente.
Uno sabe que no es grave, que un raspón no sirve de excusa para no trabajar o dejar de hacer tus actividades diarias, sinembargo, es molesto, pues está presente todo el tiempo: cuando te paras, duele; cuando te sientas, duele; en la ducha, arde; cuando te vistes, debes hacerlo despacio de lo contrario, duele mucho; cuando caminas, molesta; cuando duermes, si es que puedes, incomoda.
Con el tiempo, las molestias, el recuerdo y el dolor quedan atrás, dando paso a la cicatriz, ese recordatorio, esa advertencia, de que, a pesar de ser ya grande, de que llevas caminando toda tu vida, y por la misma cuadra los últimos cinco años, conociendo cada pozo, cada baldosa floja, cada hendidura, igual, te puedes volver a tropezar y terminar de bruces en el piso.