El escenario: Plaza San Martín en domingo (una de las pocas
plazas que no tiene ninguna distracción: no hay gente que hace Capoeira, ni que
intenta caminar por la cuerda floja, ni telistas, trapecistas o acróbatas de
ningún tipo, tampoco nadie intentando hacer malabares, y mucho menos falsos
Sabina, Calamaro o Silvio Rodríguez cantando).
A eso de las 5 de la tarde, empiezan a despertar cuatro gringos muy jóvenes de una siesta resaquera, sin nada ni nadie para ver en la plaza, sin nada para hacer, uno se levanta y consigue una piedra, no muy grande, pero suficiente para jugar a la pelota.
Se incorporan y organizan rápidamente un juego de béisbol,
utilizando una ojota como bate. Creativos, pienso, pero supongo que las
características toscas de sus elementos no les darán para mucho tiempo de
juego.
Me equivoco, pasan por lo menos dos horas, y han hecho un
par de juegos de béisbol, uno de fútbol americano, y otro más que desconozco de
agilidad para agarrar la “pelota”; sólo interrumpidos momentáneamente por un
perro que se creyó parte del juego y les robó la piedra por un pequeño lapso,
ensombreciendo considerablemente su expresión. Cuando la dueña del animal se la
recuperó, su alegría fue genuina, como si se tratara de niños a los que les
devuelven su juguete favorito.
Estoy segura que de haber otro grupo de hombres cerca, se
hubieran unido al juego, porque esta clase de actividades son absolutamente
democráticas entre ellos, al igual que ver un partido en algún bar, o hinchar
en una cancha; los deportes los hacen amigos instantáneos (si también enemigos
a muerte, pero eso es otra historia). No pude dejar de preguntarme, ¿qué tema
es tan democrático entre las mujeres?: ¿hombres?, ¿zapatos y carteras?,
¿dietas?, ¿dolores menstruales?, ¡todo suena tan horrible! ¿Será mi misoginia
la que no encuentra un tema en común, o es que realmente las mujeres somos
mucho más complejas que una piedra y una ojota? Si es así, a veces, no me
importaría ser hombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario