11/1/10

Agua pasó por aquí y Carnaval que no te vi

Cuando recibo visitas suelo armar agendas maratónicas para que mis invitados aprovechen al máximo su estadía en estas tierras. Según me dijeron, soy buena anfitriona, pero yo creo que soy un poco intensa y los agoto, los devuelvo con demasiadas horas de exposición al sol y los pies cansados de extensas caminatas en las que ven los que considero los hits porteños.

Adicionalmente, busco alguna escapada cercana para completar la experiencia. Con mi mamá de visita, se me ocurrió que podríamos ir al Carnaval de Gualeguaychu. Después de todo, fiestas populares que incluyan música, baile y trajes de luces siempre nos llamaron la atención.

Luego de unas cuantas vueltas por las autopistas para salir de la ciudad y 220 kilómetros de ruta plana, recta, y muchas advertencias de posibles multas por un exceso de velocidad al que la misma carretera invita, llegamos a un pueblo fantasma que sólo cobraba vida en las cercanías a la costanera.

La patty y el sanduche de lomito más caros de mi vida por medio y finalmente aterrizamos en un pradito al pie del río, para pasar la tarde, viendo cómo atletas y no tanto luchaban con el río a nado o en kayak. De fondo, en las playitas cercanas se escuchaban los equipos de sonido con un señor al que muy malos amigos le dijeron que podía ser cantante de reggae y en competencia algún cd de Los fabulosos cadillacs, por suerte, en la más cercana de las dos.

Con el atardecer llegó la tormenta, que inundó rápidamente las calles y nuestras esperanzas de ver el Carnaval. Estábamos resignadas a perder las boletas (una importante suma porque la fiesta del país de popular no tiene nada) porque había avisos que anunciaban que no había devoluciones en caso de suspensión por lluvia, pues el espectáculo sería el domingo.

Una camarera que no paraba de hablar nos alentó para que reclamáramos la plata que mi mamá y yo, como buenas colombianas sumisas, dábamos por perdida. Entonces arribamos a la taquilla para obtener la parte del tour que no había podido programarle, un verdadero piquete argentino.

Bajo la lluvia y sin tambores la gente se agolpó a reclamar la devolución, rumores iban y venían, que había que ir a otro lado, que nos estaban mareando, que iban a devolver sólo la mitad, y el tono empezó a subir, que nos están viendo la cara, que hijos de puta devuelvan la guita, que aparte nos estamos mojando, que devuelvanlaaaa, devuelvanlaaa, hijos de puta hijos de puta devuelvanlaaa, eso sí, todo en tonito de cancha

En la fila me llamó la atención ver tantos chicos (hombrecitos, y proyectos de hombrecitos también), jóvenes en la fila. Pensé por un momento: qué entusiastas, qué bueno que el carnaval atraiga este público también. Luego, escuché los comentarios entre ellos: los iban a cargar porque en vez de ver minas buenas se les iban a robar la plata. Ahí me cayó la ficha, supongo que la “cultura” necesita de empujones de plumas y concheros para atraer las masas.

Luego de pelear con la logística del nylon y las sombrillas, de los empujones y los colados, finalmente, después de no mucho, por suerte, tuve mi devolución completa y ahí retomé el rumbo a capital.

Me doy por bien servida, después de todo, manejé 200 kilómetros para pasar la tarde junto al río, pues de los corsos sólo vi los tocados usados que vendían en la calle, y por lo menos no me devolví desplumada.

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