21/5/13

"Porque quiero, puedo y no me da miedo"

Pensar que esa era la frase que utilizaba cuando quería pasar por malcriada o rebelde cuando era niña, y resulta que son las tres poderosas razones que me mueven en mi adultez.

Una cita a ciegas, cenar sola, viajar sola, treparme a 5 metros de altura, terminar una relación, renunciar a un trabajo, ser políticamente incorrecta, saltar en parapente o tirarme de un puente, ponerme calzas brillosas o zapatillas en la oficina, tomar cócteles un lunes o a mitad de la mañana de un dia laboral, probar comidas exóticas, ir a la primera función del cine entre semana,  o incluso tener un gato (el segundo si me da miedo), deambular por un país extraño, o con desconocidos; todo me lo ha permitido el poder, querer y no tener o superar el miedo. 



28/4/13

Con las rodillas raspadas

Salir de una relación es como rasparse las rodillas. Al principio sólo hay susto, cuando estás en el piso, no entiendes muy bien qué haces ahí, simplemente te apuras para levantarte y hacer de cuenta que nada ha pasado, porque juras que nadie lo vio y que si caminas desprevenida, es como si no hubiera acontecido.

El tema es cuando empieza el dolor y recién has salido del shock. Te miras la rodilla y de pronto ves sangre, ahí empiezas a entender la gravedad del asunto. Entonces hay que quitarse la tierra de encima, despegarse la ropa o las piedritas que se incrustan y luego limpiar la herida. Viene el alcohol y el algodón, que sabes que va a ser peor, pero que es necesario para que no se infecte y cure correctamente. 

Uno sabe que no es grave, que un raspón no sirve de excusa para no trabajar o dejar de hacer tus actividades diarias, sinembargo, es molesto, pues está presente todo el tiempo: cuando te paras, duele; cuando te sientas, duele; en la ducha, arde; cuando te vistes, debes hacerlo despacio de lo contrario, duele mucho; cuando caminas, molesta; cuando duermes, si es que puedes, incomoda. 

Con el tiempo, las molestias, el recuerdo y el dolor quedan atrás, dando paso a la cicatriz, ese recordatorio, esa advertencia, de que, a pesar de ser ya grande, de que llevas caminando toda tu vida, y por la misma cuadra los últimos cinco años, conociendo cada pozo, cada baldosa floja, cada hendidura, igual, te puedes volver a tropezar y terminar de bruces en el piso. 

13/9/12

¿Nuevo destino?

De pronto, quiero conocer Japón. Sí, quiero conocer muchos sitios, muchos países, ¿por qué Japón suscita repentinamente mi interés?

Varios antecedentes, coincidencia o no, son mi tren de pensamiento:
- Lost in translation
- Haruki Murakami
- Tiendas de papeles y artistas del papel concentrados en Tokio
- El reconocimiento de algún entendido como la élite de Asia
- Algún coreógrafo del que no recuerdo el nombre, pero que su obra me encantó

Pero sobre todo, porque leyendo Estupor y temblores de Amélie Nothomb, tuve una tremenda sensación de familiaridad que me dio un poco de miedo, pero a la vez mucha curiosidad.

La descripción de la mujer nipona en el libro tiene un dejo, en el fondo, a mi cultura. Digo a la mía, personal, de esa que me he ido despojando con los años.

La curiosidad, me pasa porque me suena a reto. Parece muy difícil entender y camuflarse en la cultura japonesa, y por alguna razón, me gustaría intentarlo.

¿Cómo se emprende un camino a un sitio -desde todo punto de vista- tan lejano?

6/5/12

El cine y los viejos

Nada como un cine viejo del centro para ver cómo han cambiado los tiempos.
Ya en Bogotá, desde muy joven, fui experta en ir a sitios llenos de ancianos, los cines de avenida Chile, justo después de la universidad, en las funciones de 1:30 eran el lugar más frecuente; luego los del centro, el Ópera, el Radio City en cualquier función antes de las 5 de la tarde (una de las glorias del desempleo) y ahí estaban los viejos: con sus cabezas grises y anteojos gruesos, con sus lentos andares y ese olor en el aire entre naftalina y pachuli, con sus carteras bien agarradas y sus gruesos sacos de lana.
También aquí me las arreglé para encontrarlos, temprano en el cine, en alguna función de algún museo en la tarde o en la Sala Lugones, o en los martes de jazz en el San Martín, estos últimos incluso eran divertidos, recuerdo una pareja en traje de luces, bailando al ritmo de una Big Band hasta casi desbaratarse.
No importaba que nueva actividad emprendía, qué charla iba a escuchar, o qué película decidía ver, ahí me los encontraba, era como si me persiguieran de hecho, y la idea de tener gustos en común, no era la más halagadora. 
Sin embargo, dejé de explorar un poco esas nuevas actividades, o finalmente encontré algunas que demandan mayor juventud, y con la ayuda de la páginas como Fanático y Cuevana y de tener un Cinemark a cuadras de mi casa, me alejé momentáneamente de las multitudes sexagenarias. Pero hoy volví por una función al cine Lorca. Me recordó mis días de universitaria, la sala incluso tiene un balcón como en los cines de avenida Chile, y allí estaban mis acompañantes de tanto tiempo, los vejestorios (con todo respeto a mis señores padres), pero aunque eran los viejos, no son los mismos de antes, las viejas se ponen de cuchibarbies (en Colombia cucha no es la cama escondida en alguna parte, sino una persona vieja), con pantalones de cuero, camisas hindúes y carteras de gamuza de colores brillantes, con los pelos naranjas, rosáceos y muy crespos, con calzas estampadas (horror! tienen idea de cómo se ve eso a los sesenta y pico?), con taches en los accesorios, aretes enormes como de palenquera, y con Blackberrys que no logran leer, mucho menos poner en silencio. 
Dos cosas: con una amiga siempre que veíamos la pareja de viejas escogíamos la más loca para ser ellas cuando la hora nos llegue. Margarita: ya no hay de donde escoger!
Por otra parte, sí se visten distinto, se resisten al paso de la edad, o el paso de la edad no significa pachuli y naftalina sino Kenzo y comprar en los mismos sitios que las adolescentes. No obstante, hay cosas que no cambian: sus conversaciones. Siguen siendo las mismas sobre dolencias, medicinas, el clima, la familia, los nietos, lo terribles que son los jóvenes de hoy -incluso cuando intentan imitarlos- la farándula criolla y el gobierno. 

9/4/12

En busca de una enfermedad mental

Nunca he sido gran defensora de las mujeres, ya lo dejé claro antes aquí y aquí, sin embargo, no he podido dejar de notar cómo cada vez más cuando la protagonista es una mujer, su rol no es de esposa, amante, ama de casa, enamorada o artista (esta última ha sido una categoría permanente en el tiempo), sino que ahora también son heroínas: policías, agentes del FBI, guerreras, etc.

Supongo que está bien la diversificación de los roles como reflejo de la realidad, no obstante, también he notado que para que las policías, agentes del FBI, asesinas, y demás sean buenas tienen que estar locas. Pero no como en el caso masculino que simplemente son rebeldes en contra de las reglas o tienen temperamento fuerte, características admirables en cada caso, sino clinicamente locas: bipolares, ciclotímicas, desadaptadas sociales o salidas de un manicomio, sino piensen en Nikita, Homeland, The Killing, Kill Bill y la lista sigue.

Al parecer, la única manera de que las mujeres nos concentremos en una sola tarea y seamos excepcionalmente buenas en ella es gracias a alguna condición mental. Qué idea peligrosa, porque la mayoría ya estamos bastante locas, y no necesariamente chéveres, ahora, ¿cuántas justificarán su locura alegando genialidad?

6/4/12

Fetiche musical

Tengo una fascinación por los músicos. Cuando voy a un recital, más allá de ir a escuchar música que me guste, voy a ver a los músicos, a ver cómo se mueven, qué caras ponen, su concentración, su disfrute, y entonces los clasifico: si son cancheros, tímidos, ensimismados, encantadoramente inseguros o inseguros a secas.

Al final del concierto siempre tengo mi favorito,  normalmente me terminan de comprar a la hora de los solos, en esos momentos, en que, sus expresiones son casi orgásmicas. No importa el instrumento, cada uno tiene su encanto: los guitarristas tienen complejo de estrellas, los bajistas suelen ser der perfil bajo pero tienen un aire cool que me puede, los bateristas normalmente son divertidos y, a pesar de estar sentados, se mueven con un swing encantador, y así...

1/4/12

La carpeta del bar

Nadie me avisó que los sitios tienen límite de recuerdos. Son como un folder, al que no se le puede agregar una hoja más porque no cierra bien, porque la hoja se resbala, se cae.
Así mismo es ese bar, mi bar, es como que está saturado, y como me gusta mucho, insisto, pero el gancho no aguanta una hoja más. Lo lógico sería sacar de las de abajo, de las más viejas, ¿no? Pero resulta que les tengo tanto cariño: son de la mejor colección, de papel especial, de colores y entramado, de ese que envejece divinamente. Supongo que como todo no se puede tener, tengo que resignarme y aferrarme a los recuerdos y buscar abrir un nuevo folder.